Sentadas sobre sillas de plástico en mitad de gallinas, perros y de pequeños cerditos, disfrutamos de un tereré: la version fría del mate. Se puede beber con todo tipo de jugos y precisamente aquí no falta la fruta. En la ronda está Mariana, nuestra «patrona» para estas dos semanas y media. Odara, una brasileña que trabaja con nosotras y los dueños del lugar: Tiu y su mujer Graciella.
Estamos en el patio de una de las casas de los colonos de la selva argentina en la región de Misiones, al norte del país, a 30 km de una pequeña ciudad llamada El Soberbio. Aquí los colores nos saltan a los ojos: los tonos verdes de la vegetación exuberante, el rojo ocre de la tierra colorada y también el arco iris de los colores de piel de sus habitantes. Esta diversidad se puede observar en la misma familia de Tiu y Graciella, nuestros vecinos preferidos: Lucas, un chico rubio de piel clara y ojos azules y Tamara, su hermana pequeña de piel oscura, largos cabellos morenos y ojos negros. Este mestizaje viene de la unión de los colonos polacos y alemanes con los brasileños e indígenas todavía presentes en la selva. Solamente nuestro acento es el que nos traiciona aquí. El Soberbio está cerca de la frontera con Brasil y la gente habla portunol, una mezcla de español y portugués muy difícil de entender para los no iniciados.
Nuestro ambiente de trabajo es un pequeño Edén por donde se desliza el río Paraíso, con su agua turquesa, a la sombra de los árboles inmensos de la selva. Las cabañas turísticas de Mariana tienen vistas al río, sus tortugas, sus mariposas coloradas del tamaño de dos manos juntas, pero también sus enormes arañas. Es un lugar para turistas más bien ricos, que alquilan las cabañas y pueden ir a comer al restaurante de Mariana. Pero este paraíso merece tal precio. Para llegar, debemos andar unos veinte minutos en un camino de tierra con cuestas y bajadas. Disfrutamos cogiendo piedritas de cuarzo que se encuentran en abundancia. Desgraciamente, la protección del medio ambiente no es una prioridad política aquí. En efecto, en los alrededores la deforestación es latente y la selva va cediendo su lugar a plantaciones de pinos o eucaliptos, que producen madera más rápidamente.
Nuestras labores son variadas. Una vez más trabajamos a cambio de alojamiento -una de las cabañas vacías (¡qué lujo!)- y comida. Ayudamos en la cocina, al mantenimiento del lugar pero también construyendo un paseo comercial al borde de la ruta turística hacia los Saltos de Mocona. Pintura, barniz y decoración para un pequeño bar y comida rápida, rodeado por una pizzería, un puesto de venta de productos regionales y un lugar para que los indígenas puedan vender sus productos artesanales (joyas hechas con semillas, cestas de tacuaras y esculturas de los animalitos de la selva).
Los dos fines de semana que pasamos en la «Colonia Paraíso», como se llama el pueblo cercano, transcurren bajo un continuo diluvio. Tenemos dificultad para asimilar la gran cantidad de agua que cae sobre nuestras cabezas. Dos o tres días completos de fuertes lluvias sin descanso. Así que nos quedamos bajo techo en el restaurante haciendo macramé, costura o dejando que Odara nos echara las cartas del tarot.
De un viaje geográfico pasamos también por un viaje histórico: tracción animal mediante bueyes, baja tasa de alfabetización o madres muy jovencitas; el ambiente nos hace recordar la época de nuestros abuelos o bisabuelos. Los trabajos del campo se hacen con machetes (que los niños aprenden a usar desde muy jóvenes) para las plantaciones de tabaco o la elaboración de esponjas naturales.
Aquí no hay cobertura y hay que hacer 12km ida y vuelta para tener Internet. Al principio de la noche nos encontramos muchas veces con la luz cortada, lo que nos hace vivir en la oscuridad total durante toda una hora de camino. En otras ocasiones el suministro de agua también se corta, haciéndonos recordar la comodidad a la cual estamos acostumbradas.
Para la gente de aquí somos casi extraterrestres, porque aunque Mariana viene de Buenos Aires y Odara de Brasil, Francia representa muchas veces para ellos un lugar que no se pueden ni imaginar. No obstante, se están experimentando cambios desde la llegada de los turistas y el asfaltado de los caminos. La población se abre poco a poco hacia el mundo.